El amor de Susona.


Tras la persecución de que fueron objeto los judíos sevillanos en 1391, obtuvieron la protección de la autoridad real, viviendo algo mejor pero aún así no se sentían seguro. Por esto un judío muy importante llamado Diego Susón ideó un plan aterrador, organizando un general levantamiento de judíos en todo el reino. 

El plan de Diego Susón se empezó a llevar a cabo en unas reuniones secretas en su casa, para la sublevacion judía. Pero tenía Susón una hija, la que era tan guapa que llamaban en Sevilla <<la fermosa fembra>>, que a espalda de su padre se veía con un cristiano de uno de los más ilustres linajes de Sevilla.

Un día, cuando Susona estaba en su habitación no dormida, porque esperaba a que el padre se acostara para reunirse con su amante, vio llegar a una reunión que hizo el padre y escucho todo lo que decían, que iban a liberar a esclavos negros, galeotes y a otras gentes más para matar a todos los caballeros y gente principal de la ciudad. Susona al enterarse de todo al completo, salió en el más absoluto silencio cuando la reunión termino y su padre se acostó a contárselo a su amor, que al escuchar lo que dijo Susona fue al momento a casa del asistente de la ciudad Diego de Merlo para contarle la grave situación.

Al es escuchar Diego de Merlo lo que le había dicho el caballero fue con los alguaciles de confianza y armados a las casas de los judíos conspiradores, siendo todos apresados, los que unos días más tarde fueron condenado a muerte y ejecutados en la horca de Buena Vista en Tablada. Se cuenta, que Diego Susón era digámoslo así un poco cachondo e irónico, y que cerca de la muerte cuando lo sacaron de la cárcel de la calle Sierpes para llevarlo a la horca por la plaza de San Francisco (Carrera Oficial de la alta aristocracia de Sevilla en Semana Santa) le iba molestando el cabo de la cuerda de esparto que llevaba las manos amarradas, y dijo: ¿sería tan amable usted de azarme esta rica tira de seda bordada que llevo colgando? Manda tela la buena ironía y los cojones del Susón.

El día que el padre de Susona fue ahorcado, esta atormentada por todo lo ocurrido acudió a la Catedral y pidió confesión, dónde fue bautizada y se le dio la absolución diciéndole que se retirase a un convento para hacer penitencia, donde permaneció unos años para volver de nuevo a su casa llevando una vida cristiana. Cuando Susona murió y abrieron su testamento decía: <<Y para que sirva de ejemplo a las jóvenes y el testimonio de mi desdicha mandó que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta a un clavo sobre la puerta de mi casa, y que se quede allí para siempre jamás>>. Dicha cabeza permaneció en la calle que hoy lleva su nombre hasta entrado el siglo XVII.


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